¡Otra una antología de relatos que se puede descargar GRATIS del sello Selecta! 💜 Entre ellos hay uno mío que, una vez más, protagoniza Shururu de la novela A dónde van los dragones.
Shururu es un personaje muy importante en la novela, pero la conocemos en el último tercio nada más, así que no pude escribir sobre ella todo lo que me habría gustado. Ahora estoy compensándolo...
Este relato lo escribí para Esther, que estuvo en la fiesta de lanzamiento de la novela.
Si os gustó u os intriga la novela, podéis visitar de nuevo su universo en 1700 palabras 🐉
Este es el enlace para leer la antología (¡gratis!). Y aquí tenéis mi relato, que aparece en ella:
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BODA DE INVIERNO
Bruno Puelles
El marido de Dirue volvió una mañana y se llevó a su familia a la casa que habían ocupado antes de la guerra, que había estado vacía durante todos aquellos años. Shururu ayudó a su hermana a realizar el traslado, empaquetando todas las cosas de los niños y entreteniéndoles para que no estorbasen. La casa estaba preparada ya, porque días antes, Shururu y Dirue habían estado allí abriendo las ventanas, limpiando y haciendo las camas. Dirue lloraba de felicidad: la guerra por fin había terminado y todo volvía a ser como antes. Lo recordaba bien, aunque sólo había cumplido ocho años cuando estalló el conflicto. Shururu había tenido cuatro.
Los niños reaccionaron con timidez ante su padre. Dirue también. Aunque se alegraba de tenerle de vuelta, hacía años que no le veía. Se habían casado apresuradamente antes de que él se alistase, y el hombre que llegó a Raoamin no era el mismo que se había marchado. Los dos se hablaban con cierta precaución, mirándose mucho, tocándose poco.
Por la noche, también Shururu lloró. La casa de su madre estaba vacía ahora, era increíble el espacio que ocupaban los niños sólo con su presencia.
*
Desayunaron solas su madre y ella. Shael masticó en silencio, concienzudamente, como si estuviera triturando ideas en lugar de trozos de pan. Shururu aguardó. Sabía que su madre no tardaría en compartir sus pensamientos.
—Ya no hay gente de tu edad aquí —dijo, finalmente—. Tu hermana está casada y tiene a los niños, pero, ¿qué va a pasar contigo?
—Yo estoy contigo, mamá —respondió Shururu. No iba a admitir en voz alta que aquello también la preocupaba.
Shael no insistió entonces, pero volvió a sacar el tema cuando sus amigas se acercaron a visitarla por la tarde. No hay jóvenes en Raoamin, ¿qué pasará con la zona cuando no haya nadie para trabajar los campos? Todas se sentían inquietas al respecto. La guerra tenía la culpa de todo, como siempre.
—Algunos volverán todavía —dijo una de ellas—. Esto acaba de terminar, están desperdigados por todas partes. Volverán.
—El chico de los Zazahue aún no ha vuelto...
—El chico de los Zazahue murió ahogado. Por accidente. O eso dicen.
—No, ese no. Yo digo el pequeño, Yinnorin.
—Ah, sí, volverá, pero no será pronto, ¿no lo sabíais? Lo han metido en la cárcel... Me lo dijo su hermana. A saber qué haría.
—Nada, ¿qué va a haber hecho? Perdió la guerra, eso es todo.
*
Cinco años después, Shururu continuaba viviendo con su madre, lo cual era una suerte porque la salud de Shael había empeorado mucho y ya apenas era capaz de levantarse de la cama. Sin embargo, cuando Thea, la hermana de Yinnorin Zazahue anunció que su hermano volvía a la aldea, Shael pareció recuperar parte de su energía.
—Coge el carro y ve a buscarle al puerto —le indicó a Shururu—. Thea no va a poder ir, está con los niños.
Shururu asintió y la ayudó a vestirse y a bajar al salón. Le gustó ver a su madre despejada y dando órdenes: era mucho mejor que ser testigo de cómo se apagaba poco a poco. Le hizo caso y preparó algo de comer para el camino, escogió la mejor ropa para el viaje y comprobó que los arreos del burro estaban en buen estado.
—La granja que tienen Thea y su marido es la de los Zazahue. Hubiese sido para el hermano mayor, el que murió ahogado, pero ahora es de Thea. El pequeño, Yinnorin, no tendrá a dónde ir. Se fue hace mucho tiempo, cuando no llegaba ni a los veinte años, ¿te acuerdas de él? La ciudad le será extraña, imagino. Sus padres ya no viven... Tendrá unos años más que tú, no muchos. Ascendió rápido porque es un elementalista...
Pronunció la palabra con admiración. Los elementalistas eran pocos en Sylros, pero su don era el orgullo de la nación. Gracias a ellos su ejército había sido un rival digno para sus enemigos, eran su arma más temible.
El viaje hasta el puerto fue largo. Cuando Shururu llegó, el barco ya estaba allí. Se encontró a Yinnorin frente al puerto. Era un joven demacrado, serio, que no llamaba la atención por nada. No parecía un elementalista ni tener poder de ningún tipo. La miró con ojos inexpresivos y Shururu recordó que había estado varios años encerrado en la cárcel.
Recorrieron de vuelta un paisaje nevado y silencioso. Shururu le habló de la ciudad, de los animales, de la vida de los habitantes de Raoamin. Yinnorin no dijo nada. Parecía abstraído, pero la miró de reojo cuando ella hizo una pausa, y Shururu supo que estaba escuchando.
*
Para Shael era evidente que Shururu tenía que casarse con Yinnorin. Su insistencia crecía a medida que su salud empeoraba. Ya no esperaba mejorar y lo único que deseaba era morir dejando a sus dos hijas casadas. Shururu no tenía corazón para compartir con ella sus dudas.
Toda la ciudad hablaba de Yinnorin, aunque se esforzaba en disimular cuando él estaba presente. Nadie sabía de qué hablar con él, pero tan pronto como se daba la vuelta, faltaba tiempo para conversar: había estado en la cárcel por hacer cosas horribles durante la guerra, por ser el responsable de grandes matanzas... aunque eso es lo habitual en una guerra, ¿no? Sí, pero es que no es eso, es que mató a un montón de prisioneros, a gente que estaba desarmada; no, era gente que se había rendido y aun así los mató... ¿Los mató él a todos? Sí, él fue...
*
Se encontró con él una noche. Le vio desde el otro lado de la calle, antes de que él se diera cuenta de que ella estaba allí. Salía del templo, que estaba iluminado con una luz cálida. Yinnorin la sacó de allí antes de cerrar la puerta: bolas de fuego se movieron por el aire obedeciendo un gesto sutil de sus manos. Shururu lo contempló, fascinada. Para él aquello era normal. Se relacionaba con las llamas con familiaridad, dejaba que fluyeran tras él, las hacía desvanecerse, las convocaba de nuevo. Le acompañaron calle abajo y revelaron la presencia de Shururu.
Iban en la misma dirección, así que caminaron juntos.
—No te había visto en el templo de día —comentó ella.
—No puedo meditar si hay más gente —respondió él. Shururu pensó que, después de cinco años en una celda, estaría poco habituado a estar acompañado-. Y en casa de mi hermana hay presencias... -Frunció el ceño, como dándose cuenta de que estaba siendo injusto y reprochándoselo a sí mismo-. Aunque no son ellas las que me impiden meditar. Son las personas que están físicamente allí.
Shururu comprendió y asintió.
—Supongo que echáis mucho de menos a vuestro hermano -dijo en voz baja. Él no respondió-. Yo también pensaré en tu familia cuando medite.
Yinnorin la miró con cierta fijeza durante un momento. Las llamas brillaban en sus ojos dándole una expresión difícil de interpretar. Sacudió la cabeza.
—Pensar en la gente que ha muerto no sirve de nada.
Estaban ante la casa de Shael, así que se despidieron. Shururu entró, preparó la cena y se preguntó en quién pensaba Yinnorin cuando meditaba.
*
Diure cruzó con Shururu una mirada preocupada, porque al invitar a los vecinos a cenar para inaugurar su nueva casa, no había esperado que hablasen de política. Sin embargo, la guerra, pese a haber terminado, seguía presente.
—Ahora los de Coril están por todos lados —se quejaba alguien—. Han ganado, ¿qué más quieren? ¿No van a volver nunca a su país?
—Han estado muy ocupados juzgando a los nuestros. Todo el mundo hizo barbaridades durante la guerra, eso no lo niega nadie, pero... Han ejecutado a tantos de nuestros oficiales, sólo por cumplir órdenes, por hacer lo que...
—Bueno, a algunos no les han ejecutado, algunos con unos años de cárcel se han librado.
—Será que cantaron cuando se lo pidieron. —El que hablaba se llevó un codazo y una mirada de advertencia.
Nadie quería fijarse en Yinnorin, pero todos estaban atentos a él. Suspiró. Se puso en pie, incómodo.
—Todo eso son excusas. Quizá teníamos que haber desobedecido.
No las tiene todas consigo. Le cuesta decir eso. Shururu creyó entender las palabras que él no había dicho: "Aunque no se me ocurre cómo podríamos haberlo hecho".
Él se fue de la habitación, silencioso, deslizándose por el suelo como las llamas lo habían hecho por el aire. Shururu le hizo un gesto a Diure y salió detrás de él. Se estaba poniendo el abrigo.
—Por favor, discúlpame ante tu hermana.
Shururu asintió.
—¿Cómo evitaste la pena de muerte?
Él no se lo esperaba, pero pareció agradecer la pregunta. La respuesta se había convertido en algo que le definía. Podía aferrarse a ello en aquel momento, cuando el fin de la guerra había puesto en duda lo que era y en lo que había creído.
—Salvé a uno.
Se miraron en silencio. Uno de los prisioneros. Los mataron a todos, pero él había salvado a uno. Había desobedecido las órdenes. Se preguntaba si había sido suficiente, si se merecía el perdón por eso, que era muy poco y a la vez lo era todo.
*
Shael estaba tan obcecada con la posible boda que ni se le había ocurrido que su hija pudiera desear otra cosa. Diure aprovechó un momento a solas con Shururu para preguntarle si quería hacerlo.
—Sí.
—Hay más personas en el mundo —sugirió Diure—. Personas que no tienen un pasado tan...
—Me lo ha pedido y le he dicho que sí —cortó Shururu.
Su madre estaba cada vez más enferma, así que la celebración tendría lugar cuanto antes. Sería una de las infrecuentes bodas de invierno, sombrías y llenas de malos presagios. Para Shururu, sólo simbolizaba el final de una mala época: después de su boda los días serían cada vez más largos y llegaría por fin la primavera.
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